En hebreo la palabra “mentira” y “borrachera” suenan igual (sheker),
aunque se escriben de forma diferente. Sea cual sea el idioma que
hablemos, las falsedades repetidas hasta el hartazgo desarrollan en
nosotros un estado de “alteración mental”, similar al mecanismo de
adicción a las drogas, que acaba interpretándose como lo contrario. Son
las popularmente conocidas como “verdades como puños”, los axiomas de fe
del mundo contemporáneo. Algunos ejemplos: la ocupación israelí de Gaza
(de la que se ha “desconectado” hace 8 años), el “genocidio” palestino
(con cifras de muertes inferiores a las que producen los accidentes de
tráfico), el “lobby” pro-israelí en EEUU (de hecho, mucho menos poderoso
que el de las petroleras
árabes) o la proverbial riqueza de los judíos (cuando el más rico sólo
llega al 5ª lugar, después de un mexicano de origen árabe, dos
cristianos estadounidenses y uno español).
Cada semana los medios nos traen más de estas mentiras embriagadoras.
Una de las últimas: el maltrato denunciado de una joven española en el
aeropuerto de Barajas por parte del personal de la compañía aérea
israelí El Al, que osó interrogarla y revisar a fondo su equipaje al
descubrir las incongruencias y falsedades de su declaración ante los
inspectores de seguridad del vuelo. No hay más que leer los comentarios
de los lectores de su blog para cerciorarse que la realidad del
antiisraelísmo/antisemitismo en España es mucho peor que los resultados
de cualquier encuesta. Desde la patraña más medieval al bulo más
moderno, las mentiras sobre los judíos y su reencarnación israelí siguen
vivas y con más “puños” que nunca. Pese a que nosotros
mismos queramos convencernos de lo contrario a base de repetirnos un
“mantra” (¡qué parecida la escritura de esta palabra a mentira, en
español!) tranquilizador.
La “puñetera” (disculpen lo malsonante de esta expresión) fijación de
la mentira es tal, que incluso los desmentidos, las demostraciones
fehacientes, las pruebas irrefutables se convierten -por arte de la
adicción a los dogmas ideológicos- en certezas de conspiraciones
ocultas. Por ejemplo, si se demuestra -como recientemente- que la
televisión francesa hizo un perverso montaje del asesinato de un niño
palestino al inicio de la Segunda Intifada (que se convirtió en icono
justificativo de cualquier acción violenta contra los israelíes), y
vemos con nuestros propios ojos cómo el niño asesinado se levanta
sonriente al final de la secuencia (una parte que obviamente no se
emitió en ninguna cadena) la “verdad como puño” se convierte en puñetazo
de
indignación ante la “evidente” manipulación de las imágenes por parte de
los servicios secretos israelíes.
Muchos critican que Israel ha perdido la “guerra mediática” y lo
achacan a su desidia y desinterés por justificarse ante el mundo. No es
arrogancia sino más bien impotencia de combatir las mentiras arraigadas
sin usar las mismas armas. Cuentan que un famoso rabino, el Maharal de
Praga, desesperado por los continuos ataques a la comunidad judía de la
ciudad en el siglo XVI, usó sus conocimientos místicos para dar vida a
un ser de barro que los defendiera y al que consiguió insuflar vida
escribiendo en su frente la palabra “emet”, verdad. Esa es y ha
sido siempre nuestra única arma, nuestro “puño”. La historia del Gólem,
que así se llamaba el engendro, termina cuando el rabino destruye su
creación ante la promesa de parar la violencia contra las judíos.
Como tantas veces, también esa fue una mentira.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad.
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Pintada antisemita en el barrio madrileño de San Blas
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