He dejado
transcurrir un espacio de tiempo que considero de “duelo”, para serenar el
alma, que nuestros lagrimales dejaran de verter, aunque el corazón siga
llorando y así poder ver mejor el horizonte y abrir los ojos hacia el futuro.
Se vertieron ríos
de tinta, y también de sangre, en esos días de masacre, donde personas
inocentes eran abatidas por el “fuego” de la sin razón, donde, desde el
miércoles, día en que comenzó esa triste andadura, hasta el viernes en que
finalizó, por minutos, por no decir por segundos, se fueron desmoronado los “argumentos”
de los terroristas. Desgraciadamente, se llegó a la conclusión de que no era sólo
un atroz ataque contra un medio de comunicación, ni contra el derecho de
libertad de expresión, ni siquiera contra la aceptación de la justicia como
elemento de convivencia (pues la francesa había fallado en contra de sus pretensiones),
ni siquiera sólo contra los judíos - aunque, como siempre, acabaron siendo, también
esta vez, parte de las víctimas inocentes-, sino contra Occidente.
Lo que se estaba
atacando era a nuestra civilización, nuestra forma de vivir, a la cultura
occidental, de todo lo cual se aprovechan para intentar aniquilarla. Por ello, ese
futuro que vislumbramos, es incierto para la civilización occidental y algunos
no quieren verlo. Emplean conceptos que, no siendo sinónimos, hacen llegar a la
opinión pública para ocultar la realidad, que son cómplices de la
intranquilidad en que se ha de vivir: que las escuelas, los centros oficiales,
deban ser custodiados, que los presupuestos deban dejar de lado el progreso,
para decidicarlo a la seguridad, es decir, a intentar preservar el derecho a la
vida.
El terrorismo
islamista avanza a pasos agigantados. Ya no es sólo las espeluznantes decapitaciones
de que las que se vanaglorian, ya no es sólo la exterminación de lo yazeries,
ni los secuestros, venta y violación de grupos de niñas en Nigeria, ni la quema
de iglesias en Nigeria, ya hacen acto de presencia en Gaza, donde ese otro
grupo terrorista llamado Hamas impone su dictadura, a pesar de que algunos países quieren sacarlo
de la lista internacional de grupos terroristas. Y finalmente, escenifican toda
su barbarie en Europa.
No se puede seguir confundiendo
a la poblobación hablando de “islamofobia” (pues nada hay contra el Islam como
religión), lo que la cultura occidental quiere, y debe, es defenderse de la
“islamización” (pérdida de nuestras características e idiosincrasia) y, por supuesto,
del “islamismo”, en cuanto la imposición por la fuerza de sus creencias
religiosas.
Hagamos visible la
hipocresía de los países que financian el terrorismo internacional y, a la vez,
“lavan su conciencia” colaborando con Occidente en la lucha contra el fanatismo
islamista. Países cuyos nombres, para mayor gloria, cubren parte del “merchandising”
deportivo, que tan dispuestos estamos a incorporar a nuestras vidas y que
aceptamos como válido.
Europa no debe
dejar que el terror, el fundamentalismo, la aniquilación del que no profese lo
mismo que su convecino, vuelva a reescribir en su territorio la etapa más negra
de su historia de la humanidad: ¿otro holocausto?.
Pongamos fin al
“buenismo”, aceptemos lo bueno de la pluralidad cultural y religiosa, arbitremos las medidas para apartar a los
terroristas y que no volvamos a tener que hacer demostraciones de convivencia (manifestación
en París) a las que acuden personajes políticos, que después piden perdón por
su asistencia o que apoyan a grupos terrorista en otros países.
Occidente lo agradecerá.
Abraham Barchilón es presidente de la Comunidad Judía de les Illes Balears