En
los lejanos tiempos de mi infancia en Argentina, la maestra de primaria
solía sorprendernos con la tarea de redactar en clase una
“composición”, cuyo tema podía ser “mi familia”, “la vaca” o cualquier
otro concepto al alcance de nuestros conocimientos. O no. Alguno se
conformaba poniendo que es un animal forrado de cuero, con cuatro patas y
una valoración del tipo: es muy bonita. Algo parecido sucedería si
tomásemos un examen sorpresa, no a los estudiantes de periodismo, sino a
veteranos del medio, y preguntásemos qué pasa hoy día con Timor
Oriental o Sudán del Sur. Es lógico que sus respuestas sean parcas o que
incluso reconozcan su ignorancia: nadie está
obligado a saberlo todo sobre todo.
En
cambio, si preguntásemos sobre Israel, nadie alegaría desconocimiento y
seguramente abundarían los juicios de valor y las opiniones personales.
Eso también es lógico si tomamos en cuenta la cantidad de horas que los
medios han dedicado al conflicto de Oriente Próximo. Pese a ello,
¿cuántos sabrían explicar cuál es la capital del país? ¿Lo ignorarían o
se equivocarían? ¿Cuántos serían capaces de estimar el porcentaje de
población ortodoxa, de la que tanto se habla en las noticias? Sería
lógico que no supieran todas las respuestas pero, una vez más,
¿confesarían su desconocimiento o apostarían sin dudarlo por una
cifra desproporcionada?
En
una reciente visita a España, el periodista portugués-israelí Henrique
Cymerman contaba que a menudo, charlando con camaradas que volaban a
Israel a cubrir algún evento, se asombraba del poco tiempo con que
llegaban a cubrirlo, sin hablar la lengua del país ni siquiera inglés, y
estos le confesaban sin complejos que la nota ya la traían escrita,
porque como decía el título del blog de otro periodista, el español
Jorge Marirrodriga, “Sobre Israel opinamos todos”. Y para ello no hace
falta ser profesional de la comunicación, ni mucho menos. Hagan el
experimento en su calle, barrio o bar: pregunten a la gente qué opinan
de la situación en Ucrania. Obtendrán en la inmensa
mayoría de los casos una mirada de desconcierto y un posible “no sabe/no
contesta”. Pregunten a continuación ¿Y de Israel, qué opina?..., y
vayan pidiéndose otro café, porque la charla va para largo y con los
ánimos exaltados. Por cierto, intenten insertar en la acalorada
respuesta otra pregunta: ¿ha estado alguna vez allí? ¿ha conocido
personalmente a algún israelí? ¿y a un judío?
Se
decía (injustamente) que el prolífico autor español de “novelas del
Oeste”, Marcial Lafuente, nunca había estado en los EE.UU., pero que
ello no le impedía redactar cada semana una historia detalladamente
ambientada en esos paisajes y tiempos pasados. Le bastaba con usar los
tópicos. El trato del periodismo español, en su mayoría, se aproxima
bastante a esa situación: son muchos los “corresponsales de guerra” en
Israel que no salen de sus cómodos apartamentos en Tel-Aviv sino para
realizar entrevistas concertadas con palestinos a través de los llamados
“facilitadores”. Sería como si al citado autor de las novelas de
vaqueros lo llevaran en vuelo directo a un
estudio donde se ruedan películas del género “western”, y de vuelta a
casa.
Sería
bueno que la realidad y el contacto directo nos permitiesen opinar de
forma más justa y documentada, más allá de los estereotipos, que no se
convierten en verdades por el hecho de repetirse.