Posiblemente estemos sólo a días de ver la proclamación del primer estado yihadista del mundo en Irak, aunque la verdadera traducción de la primera palabra del nombre del ejército Estado Islámico de Irak y el Levante no sea correcta. En árabe es“al-dawla”: ciclo o era. La intención no es controlar un país, sino recuperar el “espíritu santo de combate” medieval que llevó al Islam a propagarse en sólo un par de generaciones desde Meca hasta el Atlántico y el Indo, entonces a golpe de cimatarra y hoy gracias a las armas que los gobiernos (empezando por EE.UU. y la Unión Europea, y siguiendo por Turquía y las petro-monarquías) les venden o, mejor aún, les regalan. Lo lógico es que, si nadie lo evita, pronto lleguen a Bagdad y de ahí logren avanzar reforzados hacia Damasco y otros nuevos objetivos ahora a su alcance.
¿Es posible ese escenario? Sólo si nadie le pone freno a tiempo. Pero, ¿dónde está el maquinista? ¿No es el mismo que está desenganchando los vagones de la propia Irak y Afganistán, quién deja que Irán fabrique la bomba que descarrile las vías? ¿Acaso no está dando la bienvenida a bordo a los pasajeros palestinos de Hamás que traen cohetes a sus camarotes?
Algo le está pasando a la historia. Rusia ya no es la Unión Soviética, pero su presidente juega a las mismas temperaturas bélicas y trata a los pueblos fronterizos con la misma dureza y paternalismo que sus predecesores. En Egipto vuelven los faraones, tras una primavera de marketing cuyas flores marchitan entre rejas. En Irán basta una sonrisa y la compra de periodistas extranjeros en crisis para que nadie se cuestione sus mentiras (como el acuerdo de memorándum con Argentina, las negociaciones con el Grupo 5+1 para el cese de la fabricación de armamento nuclear) y las condenas de muerte o muertes en vida para homosexuales y mujeres esclavizadas. Paradójicamente, los sitios que mejor resisten el retroceso aeras anteriores son los gobernados por monarquías absolutistas, para quienes el pasado siempre ha sido el presente.
Mientras tanto, nuestros propios camarotes en primera cada día están más desatendidos y los viajeros sin billete se arraciman en los pasillos e impiden llegar al restaurante y los atestados lavabos. Cuando alguien se queja a los revisores, estos se limitan a hojear el reglamento y formular recomendaciones redactadas para trayectos menos azarosos, como seguir ajustándose más los cinturones, cerrar bien las ventanas y bajar los visillos para no ver lo que se viene.
Ello no impide que de vez en cuando, al cruzarnos con otro convoy en sentido contrario nos asalte la extraña sensación de que en lugar de avanzar, marchamos hacia atrás.
Shabat Shalom.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad