Hay
gente enamorada de la música sefardí y que, sin embargo, odia a los judíos. Así
de claro. El propio ideólogo nazi Alfred Rosenberg sentía fascinación por los
objetos relacionados con el judaísmo que coleccionaba con pasión, sin que ello
lo acercase en lo más mínimo a tenerles ningún respeto o consideración. En
España incluso hay quienes viven de la música judía (como gestores culturales
de localidades en las que se descubren huellas de este tipo; como organizadores
de conciertos, exposiciones y eventos en base a este legado; e incluso como
intérpretes, rescatando y reviviendo esta herencia) y que son judeófobos, tal
como recoge la definición de esta discriminación el Foro Europeo sobre
Antisemitismo en el punto que señala como tal “Negar
al pueblo judío el derecho de autodeterminación, por ejemplo afirmando que la
existencia del Estado de Israel es un proyecto racista”.
He conocido unos cuantos casos, lo que me hace pensar en todos a
los que no he preguntado nunca explícitamente qué opinan del tema. La reacción ha
sido siempre la misma, de ofensa. “¿Cómo puedes acusarme de racista justamente
a mí, con lo que hago por vuestra cultura?”. La respuesta a la segunda parte es
obvia: lucrarse. En cuanto a la primera acusación, no hay que alejarse mucho
del tema para recordar que el famoso club nocturno de la época de la Ley Seca
estadounidense, el Cotton Club, que basaba sus espectáculos en la actuación de
los músicos afroamericanos y del emergente jazz, sin embargo prohibía la
entrada de personas de piel negra al local.
En España también son muchos los que prefieren contratar a
artistas no judíos (nacionales y extranjeros) para interpretar música sefardí,
no sea que programen temas (tan populares entre los descendientes de los
expulsados como desconocidos u “obviados” aquí) como “Irme kero a
Yerushalayim”. Tampoco hay que irse lejos en el mapa y el tiempo para observar
un fenómeno similar entre artistas y amantes del flamenco, que se mudarían
inmediatamente de barrio en cuanto un gitano se instalase en el vecindario.
Como suelen decir “por lo bajini”: hay gitanos y gitanos, hay judíos y judíos.
En cuanto a estos últimos, muchos más respetables cuanto más muertos estemos.
Por supuesto, eso no quiere decir (ni mucho menos) que todos los
cantantes y amantes de la cultura sefardí sean antisemitas e ilegitimen la
existencia de Israel. Al contrario: suelen ser personas muy queridas y
cercanas. Otras, sin embargo, se empeñan en establecer unas fronteras muy
delimitadas para que su cariño y admiración lleguen sólo a los judíos
descendientes de los que salieron de España, aunque las investigaciones apunten
a que el 65% de los ashkenazíes (los judíos originarios del centro y este de
Europa) compartan este linaje genético. Y eso por no hablar de aquellos que
como, por ejemplo, los judíos ashkenazíes de Iberoamérica, llevan hasta cinco
generaciones empapados de la cultura y lengua española, o que conocen la sefardí
mucho mejor que la inmensa mayoría de los españoles. Que lo que une la cultura,
no lo separe el racismo.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad