Las
huestes de las cruzadas cristianas en Europa se enardecían al grito de “Deus
vult”, en latín: Dios lo quiere. Una variante de la misma (“Deus lo vult”)
aparece como lema en el escudo de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén. Para
miles de judíos europeos de los siglos XI al XIII también fueron esas las
palabras que oyeron mientras los masacraban (a falta de musulmanes a mano) en
el camino a redimir Tierra Santa. Por otra parte, hoy día judíos, cristianos,
jazidíes y hasta musulmanes son atacados al grito de “Al·lahu·àkbar” (Dios es
el más grande, en árabe): desde los que estrellan un avión contra un edificio,
a los que se hacen volar con una carga explosiva en una pizzería, pasando por
quien decapita o crucifica a un prisionero, o simplemente se abalanza sobre un
viandante en la calle cuchillo en mano.
Nosotros,
los judíos, tenemos prohibido utilizar Hashem
Hamefurash o nombre explícito en hebreo, ni siquiera a la hora de rezar, ya
que el conocimiento de este Nombre se perdió tras la destrucción del Segundo
Templo. No se trata de algo impronunciable, sino sagrado, únicamente reservado
al gran sacerdote en el Templo. Para referirse a la divinidad se utilizan
formas alternativas, desde las más conocidas como Adonáy (mi Señor), Elohím
(y aún una forma alternativa a la alternativa, Elokím), El Elion (ser
superior), En Sof (infinito), Ehyé Asher Ehyé (soy el que soy), Avinu (padre nuestro), Hakadosh Baruj Hu (el santo bendito),
etc. En judeoespañol suele usarse también la palabra Dió, evitando la S final de su origen en español, para no
atribuirle un número gramatical plural inaceptable. Pero (para mí, al menos) la
alternativa más abstracta y significativa es HaShem, simplemente el Nombre, como en la expresión habitual “baruj
haShem”, bendito sea el Nombre, equivalente al cristiano, “gracias a Dios”.
En
pocos días volveremos a conmemorar y festejar Purím, una fiesta cuyo relato se
expresa en un libro bíblico, el Rollo de Esther, que no refiere ni tan sólo una
vez el Nombre. Aunque la salvación de los judíos en Persia que relata tiene
tintes casi milagrosos, dicho texto deja claro que la responsabilidad por la
propia supervivencia del pueblo judío está siempre en manos de sus miembros,
que depende de sus acciones más incluso que de la fuerza de su fe. No se trata
de una grey protegida por Dios, sino de un pueblo que se protege a sí mismo: una
conclusión que permite entender mejor el significado del Israel actual como
estado, cuyo fundamento es el pueblo judío y no la propia religión, aunque esta
sirva de inspiración y vínculo.
Dicen
los sabios que Purím es una fiesta de confusión en la que estamos autorizados a
tomar vino hasta no distinguir entre los nombres del villano Amán y del pío
Mardoqueo, a jugar a ser otros mediante disfraces y juegos teatrales, a
celebrar con jolgorio el haber estado a punto de ser exterminados, a ayunar y
luego participar de un banquete, a reafirmar que los protagonistas y
responsables de nuestros actos (de los buenos y los peores) seguimos siendo
nosotros mismos. Y que no somos títeres de los dioses del Olimpo, ni procuramos
muerte y dolor por su voluntad y dictado. Que no tomamos su Nombre en vano.
Jorge
Rozemblum es director
de Radio Sefarad
(Editorial semanal publicada el 28 de febrero)