28 ene 2011

Intervención del Presidente de la FCJE en el Acto de estado del 27 de enero

Don Jacobo Israel Garzón participó el pasado 27 de enero en el Acto de estado del Dia Internacional del Holocausto y Prevención de Crímenes contra la Humanidad que tuvo lugar en el Auditorio Nacional de Madrid con la participación de la Ministra de Asuntos Exteriores y Cooperación Trinidad Jiménez.

A continuación se reproduce su discurso:


En primer lugar, quiero reafirmar, en nombre de la Comunidad judía española, nuestro agradecimiento al Gobierno de la Nación y al Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación por la organización de este acto en recuerdo y memoria del Holocausto.

Siguiendo ya una tradición que se hace realidad por sexta vez consecutiva, originada gracias al empeño inicial del ex ministro Moratinos, nos reunimos hoy, 27 de enero, aniversario de la liberación de Auschwitz, en un acto de Estado para recordar el Holocausto.

La memoria del Holocausto ha sido esencial para la democratización de los estados europeos y para el proceso de unión continental, en el que la España democrática tiene un importante lugar.

Pero la memoria, base del conocimiento, necesita de una cierta pedagogía. Y una pedagogía del Holocausto debe hacer hincapié en tres cosas: el contexto en el que tuvo lugar; cómo fue posible; y que metodología se utilizó para poder alcanzar tal magnitud.

Al analizar el contexto de la oposición extrema de los nazis al pueblo judío, es necesario resaltar la doble contraposición entre nazismo y judaísmo.

Los nazis no buscaron sus valores en la literatura ni en la filosofía alemana, en Goethe, en Schiller, en Heine, en Fichte o en Kant, ni en ningún otro de sus grandes y magníficos intelectuales, sino en las más retrógradas ideas de las antiguas tribus bárbaras, entre ellas las de eliminación total de los clanes rivales. Todo pueblo, toda cultura, tiene manantiales de vida y fuentes de muerte. El nazismo eligió estas últimas.

Basado en tan retrógradas ideas, el objetivo del nazismo, su modo de desarrollar el mundo, era generar unas masas organizadas casi militarmente en torno a un jefe y con un programa de dominio y supremacía sobre otras razas.

El judaísmo ve al pueblo no como una masa, sino como un conjunto de individuos. No en vano el pueblo judío es, desde la destrucción del Templo un pueblo sin sacerdotes, cuyos miembros se comunican cada uno de ellos directamente con el Creador.

Además, para el judaísmo el desarrollo del mundo, la redención del mundo, el Tikkun Ôlam, se consigue a través de la compensación a los más débiles, sean judíos o gentiles: “Que ama [Dios] también al extranjero, dándole pan y vestido. Amaréis pues al extranjero: porque extranjeros fuisteis vosotros en tierra de Egipto”, dice el Deuteronomio (Cap X, vers. 17-18).

Al analizar cómo fue posible el Holocausto, hay que constatar dos debilidades importantes de la población.

En primer lugar, la debilidad intrínseca de la población judía, su falta de fuerza y organización política y la inexistencia de un estado que los protegiera. Esta debilidad, esta falta de capacidad política judía previa al Holocausto, es sentida por los supervivientes, que ven la creación del Estado de Israel como la única esperanza de que jamás se pueda repetir la tragedia.

En segundo lugar, la debilidad moral y la falta de entereza de la población civil para oponerse a las medidas que los nazis tomaban contra los judíos. En los países donde la población combatió cívicamente estas medidas, como en Dinamarca o Bulgaria, la mayoría de la población judía pudo salvarse.

Por último, al estudiar cómo el Holocausto alcanzó tal magnitud, adquiere especial relieve la utilización de los elementos modernos de propaganda de masas y de estrategia y planificación industrial, gracias a los cuales los nazis pudieron realizar un exterminio rápido y masivo, fuera de toda concepción de humanidad y de piedad.

El proceso industrial contra los judíos se inició varios años antes de que la tragedia total tuviera lugar, a través de etapas diseñadas con precisión, amparadas varias de ellas por el propio Parlamento alemán y con la condena exclusivamente verbal de otros países, que intentaban contener con acuerdos parciales al hitlerismo. Las etapas fueron muy concretas: identificación del judío como “otro”, adscripción de caracteres fuertemente negativos al grupo, discriminación legal, segregación, persecución, deshumanización, y finalmente, aniquilación.

De los aproximadamente nueve millones de judíos que vivían en Europa antes de la segunda guerra mundial, dos terceras partes fueron asesinados.

Los judíos fueron perseguidos por el hecho de serlo, es decir por su identidad, por un hecho de nacimiento, y no por sus actos, con independencia de si eran hombres, mujeres o niños. Los nazis y sus colaboradores detuvieron por toda Europa a una población pacífica, sin armas, y de todas las edades, desde niños hasta ancianos, familias enteras. Unos fueron asesinados directamente y otros fueron transportados a lagers y campos de exterminio, donde se procedió a su sacrificio como si de ganado se tratase.

Los nazis consideraron a los judíos no humanos, les hicieron sentirse no humanos y los exterminaron. También consideraron razas inferiores al pueblo gitano y a otras etnias, concentraron a millares de ellos y los asesinaron.

El nazismo, hijo extremo de los nacionalismos que surgieron en el siglo XIX, por utilizar técnicas masivas de propaganda para el enajenamiento de las masas y por usar métodos de estrategia y planificación industrial, es un producto de la modernidad, de una modernidad de los sistemas fuera de todo sentido humanista.

Como España no fue campo de batalla en la Segunda Guerra Mundial, a algunos españoles puede parecerles el Holocausto algo lejano. No así a los españoles republicanos presos en los campos de concentración. No así a la comunidad gitana. No así, por supuesto, a los judíos.

Además de los millones de judíos asquenasíes asesinados, decenas de miles de sefardíes de Grecia y de sus islas desaparecieron en los hornos crematorios.

También hubo víctimas españolas. Judíos nacidos en España murieron en Auschwitz. Miles de republicanos españoles sufrieron internamiento y duros trabajos en Mathausen y otros campos. Y centenares de judíos de nacionalidad española procedentes de Grecia, de aquellos que la adquirieron por el decreto de Primo de Rivera de 1924, sufrieron igualmente similar opresión en Bergen Belsen.

En el acto que hoy nos reúne encenderemos seis velas, seis luces frente a la noche de la Shoá. Y oiremos los violines de Auschwitz con la esperanza de que la paz sustituya a la violencia.

Honraremos a los seis millones de judíos y a los centenares de miles de gitanos y miembros de otros grupos que murieron víctimas de la iniquidad racista nazi en la que fue la mayor catástrofe europea, y al hacerlo tendremos un especial recuerdo para los niños asesinados.

Recordaremos también a todos aquellos que sufrieron en los campos de concentración por sus ideas políticas, por haber luchado contra el nazismo o por otras causas, y muy en particular a nuestros conciudadanos republicanos españoles.

Honraremos a los justos que salvaron vidas de los perseguidos por el fanatismo nazi, que representaron el humanitarismo frente a la deshumanización, recordando a varios diplomáticos españoles que ejercieron su labor con fraternidad en esos tiempos de oscuridad.

Al recordar a los supervivientes de la tragedia que pudieron iniciar una nueva vida en Israel y en otros lugares, enviaremos un mensaje de esperanza: el Mal absoluto no pudo triunfar.

Pasando a nuestros días, porque el ayer debe servir para saber cómo debemos enfrentarnos al presente, vemos con preocupación cómo proliferan los actos antisemitas, cómo se banaliza el Holocausto - utilizándose incluso como arma arrojadiza contra los propios judíos -, y cómo el negacionismo y el antijudaísmo militante avanzan en el mundo y en nuestro país.

Hoy, cuando el mundo globalizado se enfrenta con otras masas enajenadas, cuyos dirigentes utilizan similares técnicas de propaganda masiva a través de redes como Internet, debemos tener claro los peligros de un mundo sin preparación moral. Las técnicas modernas aplicadas en un contexto social sin sentido humanista pueden provocar de nuevo grandes catástrofes.

La enseñanza del Holocausto ha de servir para parar el avance de estas actitudes, formando moralmente a la juventud sobre como relacionarse con el prójimo desde una responsabilidad compartida y mutua, porque, siguiendo la interpretación que hacía el filósofo Emmanuel Lévinas de una antigua máxima judía: “Todo hombre es responsable el uno por el otro”.

Quisiera terminar con una referencia personal. Las circunstancias me han hecho estar activamente presente en los seis actos de Estado en recuerdo del Holocausto que han tenido lugar desde 2005. Pronto, sin embargo, tendrán lugar elecciones a la Presidencia de la Federación de Comunidades Judías de España, a las que no presentaré mi candidatura, y un nuevo Presidente les hablará desde esta tribuna el año que viene. Pero hoy, que es la última vez que aquí intervengo, no querría terminar sin un sincero agradecimiento a la embajadora Ana Salomon, organizadora de estos Actos de Estado, que ha puesto en su realización durante todos estos años, además de un denodado esfuerzo, alma y corazón.

Nada más. Muchas gracias.

 

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