Cuando yo era adolescente y militaba en un movimiento sionista
jalutziano (es decir, que abogaba por la vida en las comunas agrarias de
los kibutzím), me ofendía oír a quienes se definían como sionistas sin
vivir ellos mismos en Israel. Sólo los que hacían aliá (literalmente,
ascensión, metáfora de la inmigración a tierras de Sión) eran “dignos”
de tal nombre. Poco después, descubría en el sumario destacado de una
publicación progresista la siguiente frase: “Los judíos han pasado de
víctimas a victimarios”. Años más tarde, ya en Israel, me asombró leer
que la Unesco, el organismo más cultural del mundo por definición de su
propio estatuto y misión, calificaba al sionismo como una forma de
racismo. Por
cierto, entonces esa magna institución estaba dirigida por el insigne
español Federico Mayor Zaragoza que se prodiga por ahí como amigo de los
judíos.
Fue el principio de un largo camino de criminalización. Casi sin
notarlo, como si de un cambio climático gradual e inexorable se tratase,
Israel pasaba de ser el milagro que reverdecía los desiertos y la
tierra de esperanza para un pueblo castigado con el peor de los
horrores, a ser retratado en un espejo invertido. De ningún país en
situación de conflicto militar (ni Vietnam, Panamá, Líbano, Afganistán,
Irak, Sudán, Sierra Leona, Ruanda, Chechenia, Kuwait, Congo, etc.) se
han hecho y se siguen haciendo metáforas y analogías con el nazismo.
Sólo del país de los judíos.
Gota a gota hemos ido tragando la droga mediática de la
desinformación hasta llegar al absurdo punto contemporáneo en que
cualquier persona de este mundo que no esté a favor de la desaparición
de Israel como estado judío es un sionista, como le espetó (a modo de
descalificación personal) una contertulia a Pilar Rahola en un programa
de prime time en televisión. Y al envenenamiento masivo hay que
sumar el robo descarado de nuestra historia para uso de quienes quieren
acabar con ella (y, por ende, con nosotros). Por ejemplo, que Jesús era
palestino.
Si antes conté anécdotas de mi lejana adolescencia, déjenme que añada
alguna de la de mi hija, en cuya clase y libros de Religión llaman
Palestina a la tierra de Jesús. ¿Ignoran todos los profesores y autores
de libros de esa asignatura que el nombre de Palestina lo inventa el
emperador romano Adriano más de un siglo después de la muerte de Jesús?
Lamento confirmaros lo que ya sabéis: que las patrañas no sólo nos
rodean desde la extrema izquierda.
Y si no me creéis, leed el Boletín Oficial del Estado del 1 de abril
de 2013, en el que el gobierno del Partido Popular (de centro-derecha)
publica su decisión de abrir un Consulado Honorario en Gaza. Ustedes se
preguntarán a cuántos ciudadanos españoles atenderán: a unos 30, la gran
mayoría colaboradores en Organizaciones No Gubernamentales (pero si
subsidiadas con los impuestos de los españoles) anti-israelíes. No
pro-palestinas (yo también lo soy), sino anti-israelíes, anti-sionistas,
en contra de que Israel sea un Estado judío, como defendió por primera
vez en la historia de la diplomacia española en las Naciones Unidas la
anterior canciller socialista Trinidad Jiménez (¡qué pena que lo hiciera
a finales de septiembre de 2011, cuando su partido sabía
que tenía perdida la reelección en los comicios que tuvieron lugar justo
un mes después!).
Dos meses más tarde, cuando se celebraban los 25 años de relaciones
diplomáticas entre España e Israel, el recién estrenado ministro de
relaciones exteriores García-Margallo se deshacía en halagos al estado
hebreo y se comprometía a un apoyo casi incondicional. Pasaron diez
meses y convocó a los medios para anunciar a bombo y platillo la
aceleración de los trámites de nacionalidad a los sefardíes (sin
novedades desde entonces) justo justo una semana antes de votar en las
Naciones Unidas en contra de la petición expresa de Israel y a favor de
la admisión de Palestina como estado observador no miembro. Y ahora, en
plena supercrisis, nos sorprende con la apertura de un consulado que es
todo un espaldarazo para Hamás (grupo calificado terrorista por la Unión
Europea) y una
bofetada en la cara de los dirigentes de la Autoridad Palestina en
Ramala (a los que supuestamente España considera únicos interlocutores
válidos para una solución dialogada del conflicto). Parafraseando un
conocido adagio de la época de la Transición española a la democracia,
“contra Moratinos estábamos mejor”.
Shabat shalom
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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La Universidad de Barcelona alberga Jornadas anti Israel
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