Da el diccionario de “restituir” tres
acepciones prácticamente coincidentes: volver algo a quien lo tenía antes; restablecer o poner algo en el estado que antes tenía; y dicho de una persona: volver al lugar de donde había salido. Por
diferencia, la “concesión” es dar u otorgar algo que nunca se poseyó. Por ello,
la ley en trámite sobre la nacionalidad a los sefardíes nace con el pecado
original de un título inapropiado, una desviación lingüística mínima pero que
se refleja en su reglamentación que define una serie de pruebas para demostrar
la vinculación con España.
Y digo restituir porque no se trata de
otorgar la nacionalidad a un extranjero, sino de devolver a nacionales (aunque nacidos
en el extranjero) lo que les corresponde por haber sido víctimas de un “real”
atropello. Los judíos expulsados en 1492 no lo fueron porque suponían amenaza
alguna para el poder o la unidad nacional o religiosa como se defiende a veces.
Si así fuera no se entiende que no se expulsase en el mismo edicto a quienes
profesaban la fe musulmana y que habían combatido contra el resto de España o
eran descendientes de quienes la conquistaron por la fuerza. Los moriscos no
fueron expulsados hasta más de un siglo después y por razones muy distintas,
como su alzamiento violento contra el poder real.
He leído y oído muchas tesis respecto al
famoso edicto de los Reyes Católicos y la única que realmente me convence es la
del puro y llano expolio, por las enormes deudas contraídas durante la
Reconquista. La única salida que se ofrece al “corralito sefardí” es la
conversión. Los tiempos demostrarían que a los que traicionaran su verdadera fe
les esperaban los tribunales de la Inquisición, los malsines (delatores) y la
“limpieza de sangre” para confirmar la conjetura del robo como móvil. Y a quien
se le ha arrebatado y robado no se le concede: se le devuelve, se le restituye.
Las víctimas del latrocinio reaccionaron de
distintas maneras. Algunas, como los que se establecen en Ámsterdam en el siglo
XVI, eliminan toda “vinculación con España”, definiéndose como sefardíes
portugueses (aunque en su mayoría apenas habían morado unos años en ese reino).
Otros se convertirán en piratas para atacar a los barcos españoles en el
Caribe. Pero una gran parte, a pesar del agravio y el destierro, conservaron
esos vínculos a un mundo cada vez más idealizado y lejano al que llamaban
Sefarad, hasta el punto de convertirlo en su seña de filiación no sólo por
lengua, costumbres y folclor, sino incluso como categoría dentro de la propia
grey judía. ¿Qué mayor muestra de vinculación que distinguirse así de sus
correligionarios y hermanos?
A pesar de todo, los actuales descendientes
de aquellos españoles de fe judía viven emocionados estos últimos compases
antes de que la llave que guardaron en su corazón durante cinco siglos sirva
para abrir la puerta de su propia identidad arrebatada.
Dedicado
a los asistentes a la III Cumbre Erensya y a los miles que representan
Shabat shalom
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad