Hace unos 60 años nacían en el mundo árabe los movimientos
nacionalistas laicos que hoy se derrumban, con estruendos de guerras
civiles. Estas décadas (¡oh, casualidad!) coinciden con la instauración
del primer estado democrático de la región (Israel, por si no lo habían
adivinado).
Uno no está acostumbrado a esto. Israel ya no es el principal
protagonista de las noticias de Oriente Próximo. Y ello incluso cuando
acaban de iniciarse unas negociaciones con los palestinos que algunos
han calificado como la última oportunidad para la “solución de los dos
estados”. Mientras tanto, lo que empezó con una movilización
“primaveral” en el mundo árabe, se está transformando en la más otoñal y
sangrienta de su historia.
Los centenares de millones de árabes reubicados al final de la
Primera Guerra Mundial (tras la caída del Imperio Otomano) en decenas de
países (la mayoría de muy reciente invención, como Tranjordania o
Kuwait) comprendieron que su camino a la modernidad pasaba por alejarse
de las tradiciones más inmovilistas y hacia la década de los 50
encontraron su razón de ser unificadora en la negación del sionismo que
había hecho renacer las abandonadas tierras de una parte de la provincia
de Siria y hacia la que cada día convergían más árabes por el efecto
llamada del espíritu pionero judío.
Porque, paradojas de la historia, el pueblo palestino que se sienta
estos días planteando exigencias maximalistas en las negociaciones
impulsadas por el gobierno de Obama, nace -ahí están los números y la
historia para demostrarlo- como consecuencia del sionismo, como acto
reflejo del impulso que la llegada de los judíos produce en la olvidada
subprovincia otomana y luego en el protectorado que el Reino Unido
ejerce en la zona, con la condición impuesta por la entonces Liga de las
Naciones de crear en el futuro un “hogar nacional para los judíos”.
Decenas de miles de árabes pauperizados de las regiones vecinas
(especialmente Egipto y Siria) encuentran sostén y condiciones laborales
más humanas entre los judíos que llegan de todo el mundo. Sorprendente,
pero cierto: la formación del pueblo
palestino es un producto colateral del retorno de los judíos a su patria
ancestral.
Sin embargo, en lugar de reconocer el efecto progresista y
modernizador del sionismo, los estados árabes de taifas de Oriente
Próximo optaron por la negación absoluta de cualquier derecho a los
judíos, iniciando un camino de “malas compañías”: desde la alianza del
Mufti de Jerusalén con Hitler, al apoyo a la invasión de Kuwait por
Sadam Husein, pasando por la negativa de la Liga Árabe a la partición de
la ONU de 1947, la consecuente invasión de la recién proclamada Israel
por parte de 7 ejércitos, la ocupación militar de Gaza y Cisjordania del
49 al 67, y el apoyo a un terrorismo dedicado a atacar civiles.
Hoy, la calle árabe, harta de dos generaciones perdidas en luchas
contra fantasmas, explota en Bengasi, Homs o El Cairo, viendo cómo el
fruto de su esfuerzo colectivo se va por las cloacas de la cultura de la
muerte (financiando al terrorismo) y la sumisión (a los clérigos y
reyes). Ojalá descubran el engaño y sean capaces de superar la ceguera
que en estas décadas implantaron en sus corazones y mentes. Porque, y
disculpen nuevamente la bofetada de esta afirmación, su propio futuro
depende de que sean capaces de verse a sí mismo como reflejo del otro,
de nosotros.
Shabat Shalom.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad
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