Sucot es una fiesta particular, ya que conmemora, por un lado, el
mítico transitar 40 años por el desierto hasta llegar a la Tierra
Prometida; por otro, a nivel simbólico, el paso de ser un pueblo nómada a
uno sedentario, por lo que se rinde homenaje al fruto de la tierra:
trabajoso (en relación al regalo del maná) pero reconfortante y justo. Y
transmite el valor de una tierra propia para un clan que nació errando
de Ur a Canaán y de allí a Egipto.
Sucot hace coincidir en nuestro jolgorio la libertad obtenida en
Pesaj y la esperanza de la cosecha en Shavuot con tres peregrinaciones
hacia el sitio de nuestro asentamiento definitivo y su epicentro donde
luego se erigirá el Templo de Jerusalén: el ombligo del mundo, de
nuestro mundo, el destino de nuestras dispersiones (en griego,
diásporas). Y, en el largo camino de regreso, unas moradas temporales
(sucot, cabañas) que nos recuerdan que no somos más que huéspedes
transitorios (ushpizín) de esta realidad, aunque eslabones
imprescindibles de una de las cadenas más largas de la historia humana.
La que seguimos forjando cada vez que lo celebramos.
Jag Sucot sameaj! ¡Feliz fiesta de Sucot!
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad.
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La Universidad de Barcelona alberga Jornadas anti Israel
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