Aunque
estamos lejos de Yom Kipur, de vez en cuando es aconsejable hacer una
cura de humildad, reconocer errores y pedir disculpas si alguien se ha
sentido ofendido por nuestros actos, aunque lo hubiéramos hecho de forma
no intencionada. Ello no significa que debamos arrepentirnos del camino
que hemos decidido recorrer, ya que no estamos sólo para informar. Y
sólo se puede aprender de los errores reconocidos.
La
opinión y el comentario nos exponen a equivocarnos y amplificar por
difusión el alcance de los fallos. Por ejemplo, en la editorial anterior
mencionaba el apoyo de la cancillería soviética a la creación del
estado de Israel, en contraposición a la postura del presidente
estadounidense Truman, cuando la realidad fue que éste justamente tuvo
que luchar dentro de su propio gobierno para apoyar el nacimiento de un
estado judío, en contra de las posturas de otros miembros de su
administración que se oponían.
El
reconocimiento de este error histórico, sin embargo, no nos inmuniza de
cara a futuros tropiezos con la realidad. Sin embargo, las principales
reticencias no vienen generalmente de los datos, sino de las opiniones y
del tono de los textos. Aquí tengo que reconocer y confesarme usuario
habitual de la ironía y el sarcasmo, hasta límites que creía claros,
pero que a veces parecen no serlos. Por ejemplo, los artículos “Bravo
Lady Ashton” y “Yo de mayor quiero ser anti-israelí” en realidad
apuntaban en el sentido opuesto al que declaraban sus títulos, como una
forma de provocación. Hubo gente que no lo entendió así sino
literalmente y se sintieron ofendidas. Mis disculpas.
Intentaré ser más claro, pero no puedo prometer dejar de ser quien soy,
ni disfrazarme de cordero, aunque no sea tampoco un lobo.
También
me consta que algunas palabras del artículo “Navidades judías” han
herido susceptibilidades. Desde aquí reitero mi profundo y sincero
respeto por todas las sensibilidades religiosas, lo que no es óbice (al
contrario) para señalar las torpezas (como equiparar a la Navidad con
Janucá, más allá de la coincidencia en el tiempo de ambas festividades) o
denunciar los errores (como hablar de Palestina para referirse a los
tiempos de Jesús). Nada más lejos de mi intención que basar cualquier
tipo de argumentación en cuestiones personales y colectivas ligadas a la
fe: es el rasero para exigir de los demás un trato similar en
correspondencia y no medirnos con una regla
distinta.
El
libro del Eclesiastés (que se atribuye tradicionalmente al rey Salomón)
habla sabiamente de la distribución y simetría de los tiempos: nacer y
morir, plantar y cosechar, amor y odio, guerra y paz. Opinar y
rectificar.
Shabat shalom