26 jul 2013

El estado de excepción y la excepción del estado, por Jorge Rozemblum

Hace unos día, la Unión Europea declaraba ilegal al brazo armado de Hezbolá. En principio, esta debería ser una buena noticia, y seguramente los responsables de exteriores de los 28 miembros de la Unión se felicitarán de su ejercicio de equilibrio y compensación, después del varapalo de la semana anterior, cuando declaraban el boicot a los productos procedentes de Judea y Samaria, en los territorios israelíes en disputa. “Condenar” al aparato terrorista de Hezbolá a estar en la lista de esas mismas organizaciones, sin embargo, no sirve de mucho si al mismo tiempo no se implementan acciones contra la organización en sí, contra su aparato político y, especialmente, militar. Por ejemplo, las tropas españolas de cascos azules de Naciones Unidas interpuestas en el sur de Líbano entre Hezbolá e Israel definen oficialmente a la primera como “milicia”, como si fuera lo más natural y democrático del mundo tener un ejército de un partido controlando un área del país y declarando sus propias guerras (como su confesa participación activa en el conflicto sirio).
Esta doble faceta de Hezbolá -que atenta contra objetivos civiles (como un centro cultural judío en Argentina, o un autobús de turistas en Bulgaria, por sólo mencionar los casos más sonados y evidentes) y que participa en el diálogo con los partidos de gobierno de Líbano-, no la convierte en algo muy diferente de lo que era la organización independentista vasca ETA, que mataba y perpetraba sus actos terroristas con la financiación obtenida a través de las subvenciones a las organizaciones políticas que actuaron bajo distintas siglas, de la original Herri Batasuna a la reencarnación actual en Bildu. Un círculo cerrado que se nutría y financiaba de la propia sociedad a la que victimizaba.
Cuesta imaginar qué oscuros intereses pueden esconderse detrás de la actual actitud cicatera y cobarde de la Unión Europea. ¿Responderá a las presiones y amenazas iraníes, de los que Hezbolá es criatura predilecta, para encender la región y postrarla ante la hegemonía chiita? ¿O simplemente actúan por miedo a que sus seguidores saquen sus cuchillos en nuestro continente, como sus primos de Al Qaeda?
Hezbolá es el ejemplo perfecto de esta dualidad típica del Oriente Próximo actual: islamismo radical por las armas o por medios políticos (o por ambos, simultáneamente): lo mismo da cuando el objetivo es la “yihad” global. Y sus sociedades y naciones viven en un “estado de excepción” perpetuo. Sin embargo, hay un estado que sigue siendo la excepción, aunque esta virtud no cuente en la balanza de las decisiones cuando se contrapesan mercados, amenazas y migraciones. Y, como en los grupos humanos más primitivos, el que se lleva los palos no es el culpable, sino el más débil: se roba más fácil a un pobre que a un rico, se expulsa más fácil al desamparado que al poderoso, se castiga con mucho más gusto al diferente (aunque lo sea por su comportamiento democrático) que al aborregado.
No hay nada nuevo bajo el sol, y menos bajo la bandera de un Viejo Continente sometido al hipócrita dictado del pánico a sus propias minorías y a su ancestral desconfianza hacia algunos de sus más antiguos habitantes, los expulsados de siempre. Ya saben quiénes.
Shabat shalom

Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad


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