En
estos días el pesar se apoderará de algunas familias en distintas
orillas del Mediterráneo. En España, los familiares de los asesinados
por ETA asisten y asistirán asombrados e indignados a la excarcelación
de terroristas juzgados y condenados por la democracia a miles de años
de cárcel, pero que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha
dictaminado que tienen derecho a los mismos beneficios penitenciarios
que quien está en prisión por robar una gallina para comer. Más al este,
en Israel, las víctimas de otros terroristas llorarán desconsoladas por
la liberación de los asesinos de sus familiares a cambio de que los
palestinos acepten sentarse a negociar su propio
Estado.
Parece
que tenemos que resignarnos a que el terrorismo quede sin castigo, al
menos sin uno acorde al crimen cometido, y a confundir intencionadamente
la relación víctima-victimario. Hemos caído en la trampa lingüística de
aceptar expresiones como “terrorismo de estado” para naciones
democráticas que tratan de defender a sus ciudadanos e instituciones con
las herramientas (policía, ejército, servicios de inteligencia, etc.)
que la propia sociedad ha erigido a través de su voluntad expresada en
las urnas. Hoy día, sin embargo, nos hemos acostumbrado a poner en el
mismo lado de la balanza a este tipo de naciones y a aquellas dirigidas
desde las armas, la ignorancia y el culto a la personalidad: justamente
los países que, a través de sus mecanismo estatales, propician, forman,
financian y sustentan la acción de grupos terroristas en el extranjero.
¿Hace
falta dar nombres? No pienso llenar esta página con el atlas del
auténtico “terrorismo de estado”, sólo con algunos de los más
destacados: Irán, Arabia Saudita, Siria, Catar, etc. Añadamos algunos
que “se han visto obligados” a congelar o posponer este tipo de
“incentivos” externos: Irak, Afganistán, Pakistán, Sudán, Mauritania,
Cuba, China, etc. La lista es tan larga que no sorprende que algunos
organismos de derechos humanos donde a cada país corresponde un voto
consigan mayorías para poner a su frente a la Libia de la época de
Gadafi.
En
cuanto al Tribunal Europeo que derribó la llamada “doctrina Parot” que
venía aplicándose a los etarras para evitar su excarcelación, ¿no es
razón suficiente para plantearse seriamente salirse de la Unión Europea y
seguir aplicando lo que los tribunales españoles han dictaminado? ¿Por
qué ese posible escenario de aislamiento sólo se plantea cuando se habla
del euro y la crisis económica? Parafraseando a Groucho Marx: ¿para qué
seguir perteneciendo a un club que nos acepta sólo si nuestras víctimas
del terrorismo valen lo mismo que una gallina? Seguramente ante la sola
amenaza de un desplante los burócratas de Bruselas y Estrasburgo verían
la
forma de convencer al Tribunal de que existen otras formas de defender
los derechos humanos. ¿Se imaginan si el mismo panel de juristas
declarase que Francia tiene que readmitir a los inmigrantes expulsados o
que Reino Unido tuviese que pedir perdón formal y públicamente por
violar los derechos de soberanía de España y Argentina en Gibraltar y
Malvinas?
Más
allá de los despachos, se hace muy difícil entender por qué tenemos que
dejar que los terroristas ganen, y disfruten de la libertad y los
derechos que arrebataron a otros indiscriminadamente.
Shabat Shalom!