Los que siguen estos editoriales saben que su tono general suele ser
crítico y, muchas veces, pesimista. Sin embargo, el anuncio de esta
semana del acuerdo entre Israel, Jordania y la Autoridad Palestina para
la salvación del Mar Muerto y teñir de verde los áridos desiertos
cercanos a la Aravá, es una maravillosa noticia para toda la zona.
Esta vez hay fundadas razones para el optimismo ya que, en medio de
una guerra mediática de declaraciones sobre el estancamiento de las
negociaciones de paz entre Israel y los palestinos, ambas partes fueron
capaces, junto a Jordania (con quien el estado judío lleva firmado un
acuerdo de paz hace 19 años, los mismos que transcurrieron de ocupación
jordana del territorio de Cisjordania entre 1948 y 1967), de poner la
rúbrica en un proyecto que, como la misma paz, beneficia a todos. Un
paso mirando al futuro, en lugar de los habituales traumas heredados del
pasado.
Este acueducto (que discurrirá del lado jordano de la frontera)
salvará de una muerte anunciada al mar que paradójicamente lleva su
mortal apellido. Es un acto que conjuga armoniosamente ecología y
economía, y que potenciará la tecnología de desalinización, tan
necesaria en tiempos en que el agua se erige cada vez más como uno de
los recursos más importantes para el desarrollo. Por el lado palestino
los beneficios serán incluso mayores, ya que dispondrán de grandes
caudales de agua dulce directamente del lago Tiberíades, hasta ahora
reservadas por ser (a través del río Jordán) único afluente para evitar
el secado definitivo del mar interior.
Pese a su trágico nombre, el Mar Muerto se convertirá en modelo de
regeneración, sin perder sus características y potencial económico
(industrias químicas, cosméticas y turismo). Su situación en el valle
más profundo del mundo en lugar de convertirlo en un pozo de
desesperanza, lo hace justamente energéticamente viable gracias al
desnivel, aprovechable para generar energías limpias que se usarán para
convertir las aguas marinas en potables y aptas para su uso en
agricultura y el consumo humano.
Pero lo más importante (más allá de la prosperidad, de revertir la
desertización o de los avances tecnológicos) es que es una demostración
palpable de que es posible hablar y ponerse de acuerdo. Como dijo el
presidente israelí Peres recientemente, tenemos la obligación moral de
transformar a nuestros enemigos en nuestros amigos. Un buen paso para
hacerlo es beber juntos de la misma agua, casi como en una boda judía,
cuando los que van a convivir sellan su pacto bebiendo de la misma copa.
Brindemos por la vida (Lejaim!) con su fuente y origen: el agua.
Shabat Shalom.
Jorge Rozemblum es director de Radio Sefarad
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La Universidad de Barcelona alberga Jornadas anti Israel
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Hace 1 día