Venezuela
y Ucrania tienen aparentemente muy poco en común, más allá de coincidir
esta semana en las portadas de todos los periódicos y noticieros
televisivos del mundo por la violencia de sus alzamientos populares y,
especialmente, por la represión ejercida por unos gobiernos salidos de
las urnas, pero nada respetuosos hacia quienes opinan diferente.
Casualidades
de la vida (o no), ambos escenarios nos son muy cercanos a los judíos,
casi siempre primeras víctimas de la intolerancia y de la apatía e
intencionada sordera de los medios internacionales a nuestras denuncias.
Como los canarios que antiguamente se bajaban a las minas para delatar
los escapes de gas, nuestra imagen suele anticiparse a verse dibujada al
fondo de las dianas de los corruptos aupados al poder.
Venezuela
fue durante décadas (si no siglos) un remanso para los judíos,
especialmente sefardíes, desde los holandeses de ascendencia portuguesa
que tuvieron que huir de Brasil en el siglo XVII a la cercana isla de
Curaçao, a los marroquíes que se asentaron desde mediados del siglo XIX.
En tiempos más actuales, en 1958 con la salida del gobierno de un
militar que años antes había participado en un golpe de estado, llegaron
muchos judíos de países como Egipto, en el que en los últimos tiempos
se había instalado otra dictadura militar poco amiga de los judíos, con
Nasser al frente.
En
el otro extremo del mundo, Ucrania fue desde finales de la Edad Media
hogar de muchos judíos hoy día catalogados como ashkenazíes (es decir,
provenientes de la cuenca del Rín), aunque con importantes aportes de
los expulsados de España en 1492, además de la legendaria herencia de
los jázaros, el mítico pueblo de origen turco que se convirtió al
judaísmo en el siglo VIII. Los judíos se asentaron en las zonas menos
pobladas del país, llenando el paisaje de pequeñas aldeas (shtetls) donde la lengua de facto era el ídish.
Antes
de comenzar las actuales revueltas, tanto en Venezuela como en Ucrania
ya hubo signos flagrantes de antisemitismo, desde el asalto a la
sinagoga de Caracas en 2009 a la famosa maldición a Israel de Hugo
Chávez en junio de 2010 en Venezuela y, en Ucrania, desde los pogromos
de Leópolis (Lviv) en 1941 hasta el reciente ascenso del partido neonazi
Svoboda. Escaldados con el panorama actual en el mundo árabe,
seguramente esta vez los periodistas esperarán algo más antes de
encontrar un nuevo apodo mediático a estos levantamientos. A falta de
pocas semanas para el equinoccio, proponemos los poco originales aunque
auténticos “Primavera sefardí” y “Primavera ashkenazí”. A ver si reviven
los
canarios de la mina.
Shabat Shalom