Europa entera ha de hacer un
juicio crítico y reflexionar sobre dónde se le está llevando
El sábado 24 de mayo, día de reflexión, con motivo de las elecciones al
Parlamento Europeo, cuyo mandato supera, al ser de cinco años, a cualquier otro
en nuestro país, nos sobresaltó con el atentado en Bruselas, decían al
principio, junto al Museo judío.
Lo datos que se iban conociendo, las causas, si es que las puede haber, o
el lugar determinado, prontamente nos llevó a confirmar el triste presagio que
al oír hablar de atentado, tenemos todos.
Rápidamente se confirmó lo que han denominado un atentado “antisemita“. Era
un cobarde atentado antijudío y el lugar exacto del atentado, no era las cercanías,
como si de una coincidencia se tratara, sino el interior del recinto del citado
Museo judío.
Tras esas primeras calificaciones, desgraciadamente, el presagio se
confirmaba y, como a las cosas hace falta llamarlas por su nombre, lo sucedido
era un atentado antijudío o, en su subjetiva nueva acepción, antiisraelí.
Europa, en el prólogo de una nueva fase en su historia, con nuevas formas
de elegir sus órganos internos y potestades, sigue padeciendo la presión de
algunos –demasiados- que deciden que Europa no debe corregir su triste historia
y debe seguir regada con sangre inocente.
Las víctimas mortales, tres en un primer momento y una fallecida
posteriormente en el hospital, dada la gravedad de sus heridas, era el primer cruel
escrutinio de las elecciones europeas.
Tan triste acontecimiento, tuvo su epílogo en los resultados de las citadas
elecciones europeas, por el aumento de los escaños conseguidos por los partidos
de extrema derecha, neonazis, nazis, xenófobos o racistas.
A esta dramática constatación, hay que incluir los ataques, igualmente antijudíos,
sufridos en las redes sociales, tras algo tan noble como puede ser una
competición deportiva.
De los más de 17.500 tuits ofensivos, insultantes, en fin, delictivos, al
menos cuatro, aparecen con nombre y
apellidos. Posiblemente, por la cobardía
de los insultantes, pueden no corresponder a su verdadera identidad y el
resto se esconden en pseudónimos. En cualquier caso, al igual que la tecnología,
supuestamente, les posibilita esconderse cobardemente, esa misma herramienta
permite, en una labor policial, la localización del lugar donde se cometió el
delito, identificar a sus autores, llevarlos ante la autoridad judicial y
aplicarles, por los órganos jurisdiccionales, las penas que nuestro código
penal vigente establece.
La libertad de expresión tiene como límite el respeto al ordenamiento jurídico,
a la vida, a la integridad y respeto de los miembros de la sociedad.
A día de hoy, se desconoce qué trámite ha dado la fiscalía a las denuncias,
qué investigaciones han efectuado los cuerpos y fuerzas de seguridad del
estado, pues, en casos muy recientes y también tristes, rápidamente se
produjeron detenciones y fueron puestos a disposición de la autoridades
judiciales los cobardes autores.
Europa entera ha de hacer un juicio crítico y reflexionar sobre dónde se le
está llevando, no sólo los que perpetran los atentados, los que ejercen políticas ultra sino también
los que, desprestigiando continuamente, que no es lo mismo que criticar, a las
instituciones, hacen que este cáncer del antijudaísmo/antiisraelismo, el
racismo y la xenofobia, se detecte nuevamente en el viejo y desgarrado
continente europeo.
Abraham Barchilón es abogado.