Las nuevas
tecnologías no dejan de sorprenderme. Uno ya pierde la cuenta de las diferentes
áreas en las que éstas son aplicadas constructivamente día a día. Por
deformación profesional, suelen llamarme la atención los nuevos términos
utilizados para denominar hechos que siempre tienen en común la necesidad de
comunicarnos con aquellos que conocemos o los que aún son potenciales “amigos”.
Entre los hashtags, los tweets y los selfies me quedo con el término viralizar.
Según este neologismo, una “unidad de información se puede reproducir de manera
exponencial”, abarcando un mayor público de destino. Y no es de extrañar esta
definición, pues un virus es capaz de reproducirse solo en
cualquier ser vivo.
Para
quien escribe, ayer fue un día agridulce. Como simpatizante del movimiento
macabeo, estaba alegre por la victoria de Maccabi Tel Aviv en la final de la
Euroliga de baloncesto. Sin embargo, admitámoslo, siempre he sido merengue, así que mi corazón estaba
dividido. Pero lo que no pude asimilar de ninguna manera fueron las
barbaridades que pude leer en diferentes redes sociales maldiciendo a Israel y
el pueblo judío, recurriendo a las cansinas referencias a la Shoá, rápidamente convertidas en
fenómenos virales.
La
crisis que estamos viviendo nos hace buscar vías de escape, a modo de catarsis.
Los valores que deseamos transmitir a las futuras generaciones parecen ser
cuestionados una y otra vez con una relatividad y banalización escandalosas de
nuestros ejes éticos y morales por parte de aquellos que ven en esta época una
oportunidad de pensar en sí mismos sin importar el precio que otros deban pagar
por ello. Desgraciadamente, seguimos revolcándonos de placer cada vez que vemos
que algún corrupto o banco ha sido cazado y debe pagar por sus delitos. . Nos
sentimos con el derecho de sentenciar a otros para evitar mirar hacia nuestras
propias carencias físicas y morales.
La
Roja, la Rojita, la ÑBA, Rafa
Nadal y los Lorenzo, Márquez y Alonso han sido hasta ahora la cortina que
disimula la grieta que todos tenemos en alguna pared y los ejemplos, no sin razón, de esfuerzo
diario y tesón para conseguir nuestros objetivos. Pero algo ha cambiado y ese
mensaje no ha calado tanto como pensábamos.
El
deporte y la intolerancia no son ni pueden ser compatibles. Da igual que sea
una avalancha de comentarios antisemitas o las muestras de racismo en los
estadios de fútbol.
Nuestros
jóvenes en edad escolar están inmersos en una etapa en la cual la palabra
“crisis” lleva formando parte de su universo intelectual desde su más tierna
infancia. El odio es una semilla latente que existe en cada uno de nosotros y es
muy fácil de viralizar. Solamente
necesita un ambiente cómodo en el que desarrollarse y qué mejor que alguien
buscando soluciones a los problemas que sus mayores son incapaces de explicar.
Y
cuando acabe la crisis, ¿volveremos a apaciguar nuestros sentimientos de odio
hacia el otro? ¿Nos cegará de nuevo el ansia por conseguir más y disfrutar de
un estado de bienestar que no entiende de términos como respeto, tolerancia y solidaridad?
Es en épocas como ésta en que
debemos ser cuidadosos, sensatos, y no
repetir odios pasados, culpando al que consideramos diferente. La lucha
por un presente digno y un futuro esperanzador comienza con la aceptación de un
mundo plural y la educación de las nuevas generaciones. David Kaisin es presidente de la Comunidad Judía Illes Balears